domingo, 30 de agosto de 2015

XXIII. PÓRTICOS

i
Con ánimo que grillos aligera
y obstáculos rebasa, como signo
constante de un espíritu benigno,
el reo en su calabozo persevera.

Ensancha sus tobillos y asevera
destruir cualquier cerrojo que maligno
le impida desplazarse como digno
varón que en presidio no desespera.

La carga del oprobio disminuye;
el hierro, que oxidado se constriñe,
al sabio en el castigo fortalece.

La libre voluntad no se destruye:
degrada sus cadenas y destiñe
la celda, donde habita y prevalece.

ii
Serán ceniza en tus manos
cuando en ellas las aprietes,
los montes y la soberbia,
que los corona las sienes.

Este ardor, cuya premura
al carbón morir hiciera,
el brillo a la veta usura
y arrebata, loca fiera,
al madero su cordura.
Polvo queda de Vulcano,
Ave Fénix que insensata
retoma vuelos mundanos
que al brotar de la fogata
serán ceniza en tus manos.

Áspero rezo, devota
llama donde se consume
leña de raíces remotas
que audaz consistencia asume.
Si el viento la hoguera azota,
como irrefrenable ariete,
los rescoldos disemina,
mas a tus yemas no inquietes:
morir verás las resinas
cuando en ellas las aprietes.

Oscura nieve arrogante,
de las alturas posesa,
en el árbol delirante
su chispa cautiva cesa.
Envuelve un negro semblante
a las ramas y exacerba
el céfiro que en la cumbre
incendia la dulce serba,
devastando así con lumbre
los montes y la soberbia.

Si de súbito desprecias
con un manotazo zurdo
y asumes actitud necia,
considera al gesto burdo
y esta realidad aprecia:
defender jamás conviene
falsos conceptos, mentiras
que integridad no mantienen:
son embustes en la pira
que los corona las sienes.

iii
Los pesares agobian y aunque parcos
delinean sus angustias en los ojos;
apartarse las cuencas como hinojos
deberían hacia dentro de sus arcos.

Sumergirse en reposos siempre zarcos,
meditar con paciencia en los abrojos
y diluirlos en mares de despojos,
que a los sueños envuelvan en sus marcos.

Navegando impetuosos en la noche,
los sentidos disponen el descanso
y despliegan su onírico derroche.

Amanecen oleajes de visiones;
un caudal tan complejo como manso
purifica y renueva sensaciones.

iv
La piedra escrita, amarilla,
es mi sin igual firmeza,
que mis huesos en la muerte
mostrarán que son de piedra.

Senda que lodo decanta
y húmeda esparce en penumbra
el dolo que unge mis plantas
y al extraviarlas encumbra.
Mi huida pasos adelanta,
cincel que losas mancilla,
huellas borro del silencio
y plasmo mi roja arcilla,
dejando envuelta en el cencio
la piedra escrita, amarilla.

Fétida ciénaga entraña
siseo corrosivo y bronco;
fiera devora con saña
la marabunta mi tronco.
Mas a la carne no daña,
en medio de la maleza,
el hormigueo que homicida
se abalanza en mi corteza,
pues su rabiar a ella asida
es mi sin igual firmeza.

Al dorso, poderosa brecha,
filoso cuchillo embiste,
punta irregular y estrecha
que en la médula desiste.
El infortunio la acecha;
a su flanco de tal suerte
deja sin carne, desnudo,
como tuétano que fuerte
más dolor resistir pudo
que mis huesos en la muerte.

Al vasto cielo dirijo
férreos y enjutos colosos;
soportes de barro erijo
que se fraguan orgullosos
sobre el horizonte fijo
que nubes pesadas medra;
mas mis palmas firmes hayo,
lo adverso no las arredra
y, sin padecer desmayo,
mostrarán que son de piedra.

v
El fango con rastrero brillo inunda
y colma de ambición la tosca mina;
se puebla su filón rabioso y hacina
fulgores sin valor, riqueza inmunda.

Traición que en inmediato lodo abunda
y en méritos de ruin clamor culmina,
y hiede destilando olor de amina,
cual pompa de rapaz tesón, rotunda.

Su entraña recompensa ofrece, blonda
y agreste concesión, brillante premio,
conciso mineral, nobleza muy honda;

rigor de lucidez extensa: cima
que aguarda conceder sin loco apremio
sus joyas al minero, a quien estima.

vi
Es el universo entero
una inconstancia perpetua:
se muda todo; no hay nada
que firme y ëstable sea.

Vorágine sin sentido,
órbita fallida acaso,
retorna sin haberse ido
con espléndido fracaso.
Figura de trazo henchido,
amplia, falaz como un cero,
que su diámetro reniega
con un ventarrón certero;
esta bóveda honda y ciega
es el universo entero.

Es un giro que inseguro
posee una gama variante,
retroceso hacia el futuro
en espiral desafiante.
Aún su viraje no auguro
ni adivino su silueta;
con norte fugaz deviene,
falsa maniobra, pirueta,
directriz que ruin mantiene
una inconstancia perpetua.

Intento seguir la estela
y al vórtice gris me asomo;
al erguirme con cautela
contemplar puedo este domo.
En sus fauces se revela
la ilusión que descarnada
las pupilas erosiona
y en su visión doblegada,
que al espacio distorsiona,
se muda todo; no hay nada...

De las estrellas el hado
su existencia misma anula
y muestra sólo el pasado
el resplandor que simula
un devenir descifrado.
Se consume luz febea
en infinito lamento
y en vano mi alma desea
al mirar el firmamento
que firme y ëstable sea.

vii
Para hallar del recelo los indicios
bastaría preservar de la memoria
la imprudencia banal que supletoria
instauró sus dominios vitalicios

sobre anhelos que sórdidos inicios
han marcado en empresas ilusorias
que fastidian y vagan, irrisorias,
en la mente: quimeras de los juicios.

Con falaz y burdo presentimiento
al carácter despoja de su fuerza
el engaño cernido como invento

que al presente mancilla y tergiversa;
se requiere anular tal sufrimiento,
pues al ahora temores lo dispersan.

viii
Alista, siempre en pos de lo que aprecia,
su escudo y su armadura, venturoso
viajero, combatiente valeroso
que entuertos laberínticos desprecia.

Acechan los peligros, cuya necia
postura el gladiador de vigoroso
talante, furibundo y contencioso,
enfrenta sin temor y los arrecia.

Valor de necesaria permanencia;
milicia temeraria y resistente,
dispuesta a recibir cualquier sentencia.

La gloria es en sus caprichos displicente;
del combate es el triunfo consecuencia;
la Vida es en sus afanes persistente.

© 2015, Edgar Adrián Loredo Silvestre

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