domingo, 30 de agosto de 2015

VII. NUMANCIA

Las coces grises del otoño en la estéril cúspide abdican,
frágiles eslabones cuyo transcurso el apéndice reitera y desmorona,
áspero asomo al cinturón de magnitudes longevas,
donde gravitan en densa calma, ayuno alpino,
las áridas leguas que recién colman la visión;
aletear minero de pobreza esmeralda, enjuta,
sereno vacío cercado por formidables tendones,
soplo recio que recoge astillas y vértigo.

Sañudo, en la altura del nervio suspendido,
se redime el mazo feroz;
posterga en el abismo sus sienes borrascosas,
su brutalidad indolente, coloso de melena angular,
cíclope robusto que libra a sus dominios de congojas
y bosteza la caída del hierro, escasa,
el deambular impaciente de los mudos nudillos,
las escuadras de rígidos andamios por hallarse,
despojos inminentes, libres de las faenas elevadas,
mandíbulas de lustre y juicios implacables
como rostro de alcance imperial, en nieve crispado,
con telúrica armadura que ensancha desafíos,
adagios que traspasan su rocoso y fijo semblante.

Suele cincelar su córnea de filo rugoso
guarniciones titánicas, yugos primeros;
en monolítico espacio, defensor patriarcal
de gallardía elevada al punto de quiebre.
Atropellada plenitud del escudo pasajero,
de los simulacros cuya falaz tinta engaña y ensombrece,
aglomerada sobre lúcidos siglos, corona vetusta,
soporte del rústico y excedido concurso de la materia;
médulas que aúnan a su necio devenir
las fósiles y ricas bondades del quebranto,
surtidores que defienden, lacónicos, su interior exceso,
fisuras que se obstinan como el verde retorno de la primavera,
que del jade sustraen una regia tiara,
salvada de la brizna efímera, pero de vértebras ardua,
erguida con abrupta inclemencia, demoledora en cuanto breve,
donde el reino sin demora encumbra:
diamantina espera y consumación tosuda del águila.

© 2015, Edgar Adrián Loredo Silvestre

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