domingo, 30 de agosto de 2015

XXVIII. NEÓN

El dedal, escondite de los hilos morados;
alfileres sobre humo, cuchillo en la solapa;
temblorosas agujas son dardos suspendidos
en el pulso sin diana, cercado por la noche.

Porcelana de gusto nervioso, tedio amargo;
ahoga el café los ojos exhaustos, pusilánimes;
la tubería recorre un llanto de grifo, sorbo;
la moneda cae sorda por el piso de madera.

Sobre el viudo perchero trágicos se prolongan
giros de manivela, fouetté de bailarina,
que envejecidas manos desean tocar de nuevo:
acorde eternizado por vals de tocador.

Es trío de blancos cisnes las persianas nostálgicas;
cojo baile de piano, melodía solitaria,
por vacíos escalones baja deprisa, gris;
la madrugada escurre por quicios y ranuras.

Con un perfil que elude la mirada indiscreta,
desfilan las pisadas por débiles pasillos,
atajos de crímenes, sombreros y gabanes,
que pálidos deambulan, malévolos espías.

La lluvia forma charcos sobre paseos y nucas;
funerarias sombrillas dan brindis diminutos
por aceras y bancas, champaña melancólica,
cuyo goteo decora junios y marquesinas.

Claxon, fuga y delirio: secuencias de avenida.
Corre un neón cotidiano por bulevares rojos,
fúlgida indecisión a mitad de semáforo,
citadina ruptura: despedida a deshoras.

© 2015, Edgar Adrián Loredo Silvestre

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