domingo, 30 de agosto de 2015

III. MURO

Sobre la faz enjuta del desierto
la dura Esfinge su escara proyecta
y asesta su muñón un golpe incierto
de crepitación dolorosa y abyecta.

En el yunque de sangre se martilla
el derrumbe del obelisco inerte;
es la furia incesante de la arcilla
quien desgasta las lindes de la Muerte.

Frena el coloso vertical y diestro
del éxodo rojizo su trayecto,
granito cuyo desafío siniestro
conjura y muestra su feroz aspecto.

El hormigón por laberintos vibra
al dirigir sus indolentes huellas
por encima de la bélica fibra
taladrada de espantos y querellas.

En la inhóspita muralla se enfrenta
el hombre con sus miedos más arcaicos;
lo cimbra una severa y gris afrenta,
de los presidios ceniza: mosaico.

Del surco de la frente calcinada
ha brotado un sudor que disemina
una épica de carne flagelada,
mazo que fragua la postrera ruina.

Las manos sufrirán, escarnecidas,
en pos de redimir a los cautivos;
mas serán las fronteras abolidas
y los vejados cuerpos, fugitivos.

© 2015, Edgar Adrián Loredo Silvestre

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