domingo, 30 de agosto de 2015

IV. VUELO DE CAMPANA

Prisma continental de innumerables vértices y celajes,
empapados en las cascadas amazónicas de sus múltiples filones;
su carne plañidera funde, conmociona y rehace
corolas sutiles, cuyo acero púrpura se tuesta
y bruñe sus coros de un tono mayor a la plata, al castigo.
La demora del entrañable mineral, su combo desarrollo,
no fue en vano,
resulta suya la vibrante maravilla, la lúdica espada
que ondea en naranjos sucesivos,
en el revoloteo sonoro del arca batiente, continua:
papalote de entusiasmo e inercia, lustre de jóvenes hondas.
Del algodón, el henequén y la fibra, escarnecido,

sustrajo el látigo y su infamia tu piel;
sucumbieron las afrentas, el hierro bastardo: herrumbre y oprobio,
hasta quedar sólo tu espalda hollada, redentora,
barro y convicción, doloroso chasquido
que dio golpes al portento del verdugo hasta asfixiarlo,
y mostró desnudos, dignos en la arcilla,
los filamentos de generosa hondura ancestral.
Has congregado el nuevo saludo
sobre fosfóricas yemas de alegría;
deslizaste la esperanza en cruces matinales,
en medallones de fervor y brillantes cuencas;
emblema poliédrico, embeleso de manos solidarias,
acuñar lograron los peregrinos con fanático sello;
talismán y pregón que diseminaron por vírgenes vías,
a través de la marcha y renovación batiente:
zarcillos morenos y solícitos, dijes azabaches,
multitud celeste, collar de granizo.

De notas en vigor y temple cotidiano,
cánticos dóciles de pliegues y sueños expectantes
surgen de pronto en los ecos de urgente aurora;
sobre torcaces y ruiseñores en ascenso, de júbilo cernidos,
heraldos armónicos, palomas que incitaron con sus piruetas
a la cuadriga del Viento;
carroza adornada con ráfagas de oro y rieles angulares,
escudería fastuosa de compases embalados con plata y efemérides;
guitarras de latentes nervios y ritmo pulcro, servidos en porcelana,
tensa vibración cuya textura fulge en plegarias y odas,
luz que alcanza su máximo sentir en esdrújulos pabellones,
columnas benéficas de amor entrelazado, fraternal,
relevos celestes que desfilan en cantos y ascensión
bajo la voz múltiple de signos transparentes.

Frente al horizonte liberado,
con címbalos impresos que retumban e iluminan,
relámpagos frescos de temple americano,
abanicos de inquietud lozana y oscilación revoltosa
que elevan la suave alba
por la cordillera patriarcal del azor y el cóndor,
y por el valle patriarcal del águila mítica,
cuyo despegue abriga del futuro sus leyendas
y reúne en las alas un asomo y atisbo de lucha:
amanecer eterno donde el león sacude su benévola melena.

© 2015, Edgar Adrián Loredo Silvestre

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