domingo, 30 de agosto de 2015

XXXII. FRACTUS

Pulso de agua,
ventanal que fluye dormido
bajo la persiana del sauce triste.
Azulejo de vidrio donde límpidas celdas
aprisionan al día, la gota del mañana,
y colman los márgenes mudos del ser,
adelantándose al próximo rumor
que rebasa inerte la presencia de ríos
con un aire póstumo que parece ataúd.
Piedra que inunda almas,
respiro donde regurgita la angustia,
mientras en el fondo de este reino
duermes y silbas a la vez.
Da tumbos paralelos
en el vapor y la periferia
y aparta, con inaudito salto,
la noche del éxtasis, la profecía del sueño.

Resurge el cuchillo,
negra dentadura,
destello moribundo que hiere
y arroja desde lo profundo su asfixia,
honda bastarda del paisaje,
que arrastra lo inánime, el corazón.
Satura el vacío las manos,
mutila su pretensión de parvada,
el respiro dorado que elevarse pretende,
afán escondido bajo un tumulto de plegarias;
lastre, azar de regiones claroscuras e impedidas,
y aunque unas crezcan sobre la sien,
el caos se dispara en mil charcos de bruma y pavor.

Desaparece el ojo al acercarse,
lente que en fuga
dilata sus líneas pálidas
como el pernoctar de un búho.
Rodea la noche antes del declive.
Sórdido, nítido desmayo
sobre nubes irregulares,
repetidas bajo la sal,
que expulsa la fría palidez,
muerto flujo de venas últimas como remos
que se desploman: castillo de humo y verbo.

© 2015, Edgar Adrián Loredo Silvestre

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