El niño amarilla copla
en rápidas aspas riza;
al compás de su sonrisa
las rimas feliz acopla;
el aire sutil que sopla,
como celofán risueño,
en su lila y audaz empeño
las cuatro diáfanas puntas
ha de rotar siempre juntas
para hilar un dulce sueño.
ii
Verde aletea la canción
en un ámbito de rejas;
del gris presidio se aleja,
insuflando el corazón
y en el pecho su pasión
con un plumaje agorero
rompe su timbre señero
y aun en el vendaval emite
nota de amor que remite
su vocación de jilguero.
iii
El bordado nos refleja
los intrépidos festones
de cónclaves algodones;
suave y tornasol madeja
que los cojines despeja
como altos, suaves tejidos,
a la rueca bien asidos
por la benévola aguja
que los une y los estruja
hasta dejarlos dormidos.
iv
El manubrio del molino,
con su páramo cuadrante,
se dirige hacia delante
con garbo jovial y fino,
deshecho en hebras de lino
de pausado movimiento
que atraviesan con sus tientos
las aristas de prosaicos
y rutilantes mosaicos
que a la brisa dan sustento.
v
Del rombo su geometría,
similar a la modesta
mariposa, al cielo resta
un tajo de algarabía,
cuyo torbellino habría
de transformar su silueta
en anhelante pirueta,
ágil y púrpura guiño,
que se mece con aliño
en rondas de luz inquieta.
© 2015, Edgar Adrián Loredo Silvestre
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