domingo, 30 de agosto de 2015

XXII. EL BANQUETE

i
Con espléndida sal, la cáscara y la miga
conservan incorrupta su evangélica hazaña,
parábola dorada que libre de fatiga
amasa su corona frente a la ruin Guadaña.

Como un pan consagrado que de verdad os diga
el triunfo de su grano contra cualquier cizaña,
el secreto divino yace sobre la Espiga
y cunde, floreciendo desde la tierna entraña.

Levadura, manjar del pobre, se fermenta
en porciones fecundas y próspera se asienta
en canastas de mimbre, cómplices del prodigio.

Migajón esponjoso que noble se degusta,
célebre comunión de consistencia adusta
que destruye del hambre su funesto vestigio.

ii
Es la profana copa donde dócil se aliña
el sabor que vertido su condición esfuma;
Alianza que gloriosa reside en la campiña
en uvas embriagantes, de redondeces suma.

El añejo candor de la abundante viña
el líquido derrama con ubérrima espuma;
cáliz de dura forma que los vinos apiña
y ahoga con su vapor, hipnosis de la bruma.

Extraída con fiereza por el rudo Longinos,
la pálida dulzura de aquel valioso vino
el contorno satura, y con dolo lo constriñe.

En el festín postrero, solemne se consagra
la trémula bebida como la ofrenda magra
que los labios sedientos de cada apóstol tiñe.

© 2015, Edgar Adrián Loredo Silvestre

No hay comentarios.:

Publicar un comentario