domingo, 30 de agosto de 2015

XV

De azufre tentativa,
calvario advertido en rollos agónicos,
origen cierto de ancianos apéndices,
compás de mosca,
revoloteo de flema y lodo en el origen sobajado,
larva próxima al precipicio,
aleteo desafío del excelso aprendiz.
Brasa de carbón moribundo, extinto hielo.

Úlcera en la pelvis de escorpiones contornos,
viral desquicio, ponzoña que carcome
las sienes con embustes feroces,
tuétano de doble ariete carnal: rabia;
cuerno desquiciado, aguijón de tres puntas
arrojándose, cabrío, al sexo pesaroso.
Cencerro beligerante que lastima
la piel con un bestial arañazo:
temblor, escalofrío medular, en suspenso,
bajo las descomunales pezuñas,
terruños incompletos de herraduras y forjas.
Eslabones redondos, inconciliables, unidos sólo
por los degollantes cuchillos cuya perpetuidad
desata, con un movimiento, las seis onzas de sangre
que desnudas escurren sobre serviles troncos
hasta las infames, malévolas plantas,
de linajes fratricidas que el globo circundan
y enraizan sus bucles y desdichas
en patética, breve ilusión de existir, de perdurar.
Galope derrotado,
argolla brutal adherida a las cuencas
que bufa y condena, desaliento de mortal pulso,
quizá desbocado adrede,
choque metálico y sin escrúpulos,
carruaje de oro bélico, freno invidente;
el rechinar de su dentadura indica en vano
la desgracia de un castigo que exaspera y colma
al precio de treinta galopes
un denario evanescente,
cerca de la traición y el cantar del gallo.

Altar donde se entrelazan cuencas de tóxico olor,
escollos de fétido poder
sobre la aureola suspensos, en descomposición;
subterránea cumbre donde alabanzas se postran, soberbias,
sed y blasfemia del exilio,
labios como llamas patéticas, ofensivas,
daños cuyo bullicio de cadencia salvaje
doblegan en trance prohibido los cuerpos,
conchas terrestres, dagas carnívoras fruncidas;
al chasqueo del látigo engendran heréticas llagas,
tormento que desciende incesante, osado,
mientras una loba codicia cierne su hocico
y devora a los pródigos traidores e infames
a través de los nueve pasos del Infierno.

Una elíptica figura anularía, de un tajo,
la distancia que aleja de la honda y callada tumba
a la perfecta palabra de Dios.

© 2015, Edgar Adrián Loredo Silvestre

No hay comentarios.:

Publicar un comentario