hay un otoñal suspiro de la rama;
con sollozo apresurado reclama
de su mano el espacio reticente.
Al polvo se conjura precedente
y oculto en el tallo rugoso llama
al encuentro furtivo de la calma,
refugio de la sombra indiferente.
Retrocede el verde tacto, confuso;
de sí mismo se aleja como intruso,
aislado del copioso devaneo.
Pasean los faroles por la Alameda:
su perro lazarillo solo queda.
Mis pasos devenir apenas creo.
© 2015, Edgar Adrián Loredo Silvestre
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