domingo, 30 de agosto de 2015

XXXIII. UNÍSONO

XXXIII. UNÍSONO

De soporte sus hélices carentes
instauran diurna balanza de tónica
suspensa —cilindro libre y regente—
que visionaria abarca la hegemónica
esfera y sus simétricos agentes:
tubulares discos de luz armónica
cuya base a direccionar procede
un cardinal y perpetuo sucede.

Gira y revoluciona, sostenida
por la distancia entre sus elementos;
en equilibrio, hallándose erigida
sobre una nebulosa de cimientos
que la sostienen en indefinida
vorágine: sideral, blanco asiento,
donde fijar su trayecto dispuso
el tridente de centurias difuso.

Desliza en cruz el duodécimo domo
su cuadrado horizonte, albo bagaje,
de los signos últimos, viejo cromo
que despeña en su radical viraje
los opacos matices cuyo asomo
fatiga y bifurca el áureo celaje,
y carente de esplendor la atalaya
al real y augusto venero soslaya.

La inmediatez del deseo se proyecta
tan lúcida sobre el inmenso marco
donde enérgica afianza la selecta,
vívida convicción, de vidrio zarco,
donde el tránsito descarnado expecta
y oprime intenso los símiles arcos,
común frenesí situado en el podio,
borde primero, del fervor custodio.

Áurea joya que travesías condujo
por su acróbata, lisa condición;
simultáneo roce, trapecio influjo
de compleja y variada dimensión
que invisible, sin errar, se dedujo;
aunque sus dimensiones confusión
produjeron por ser incógnita una:
anillo sin circunferencia alguna.

Inmutable su primordial esencia,
Acto Primero donde no se agota
su básica forma ni su potencia;
distribuyendo por lindes remotas
su fastuosa y natural eminencia,
al Universo de fulgores dota.
Su estado no se altera en ningún polo,
y aunque falto de vacío, queda solo.

A exacto rumbo no aspira el diamante;
se detienen sus múltiples aristas
al impactar en miembros semejantes.
Un choque, parpadeo que apenas dista
del impulso un imperceptible instante;
génesis única que ordena y alista
la primer tendencia que desde dentro,
los átomos dirige hacia su centro.

Relámpagos, mayores en cercana
región, la brillante materia emiten;
menor cantidad en región lejana
se distribuye hasta llegar al límite
de la Cúpula, superficie plana
En su altura lo finito compite
y a medida que avanza, fatigado,
su cúmulo asienta, desperdigado.

Reposa la primera acción, implícita,
envuelta en la que débil es segunda;
propósito igual su expansión incita
y en estricta continuación inunda
con su linfa sucesiva y solícita,
que la atmósfera celeste fecunda,
y al agotar su materia difusa
desgasta su fuerza y culmina obtusa.

Parten desde un principio, no un origen,
ubicados en ciertas coordenadas;
muy diversas posiciones eligen,
que nobles hoy conforman sus moradas,
palacios estelares donde rigen
leyes de repulsión que coordinadas
expanden nítidos vasos y ostentan,
simétrico, al sino que los sustenta.

En la formal cuadratura se alude
al cóncavo símbolo de mesura
rígida que inexorable sacude
del transcurrir su cualidad futura,
donde la paciente lección escude
la Ley donde manifiesto perdura
el legítimo y sabio residente
que números asigna, consecuente.

Máxima cantidad en una recta
observarse podría, si se trazara;
abundantes congéneres, selecta
ascensión que por grados se contara,
forjando ilustre pléyade perfecta,
conjunción numerosa en altas aras.
Es portento, monótona secuencia,
onda que jamás varía su frecuencia.

Rotan en la periferia, veloces
—como nudillos gélidos y sólidos—,
inmensos cuarzos que lanzan sus coces
con movimientos ágiles, estólidos.
A su eje impulsan con imanes doce,
relevos sustantivos, claros bólidos,
de intrépidos giros que al acercarse
al núcleo comienzan a fusionarse.

Intervalos de tiempo se divisan
en la adición—sustracción que mantienen
los cuerpos, dinamismo que precisa
de constante duración y contiene
efímero vértigo, el cual irisa
la pompa majestuosa que deviene
en polvo sideral en la convulsa
extensión que fuera de sí lo expulsa.

Dichos sistemas cambian, en efecto,
en su conformación particular;
solamente en generales aspectos
hallarse puede causa similar.
Tal leiv motiv resulta predilecto
para su desarrollo conjugar,
pues es concisa fórmula que mide,
regula y la uniformidad impide.

Es imposible evitar que se encorven
las rutas de los mínimos conjuntos;
son atraídos por los gigantes orbes
que los arrastran a próximos puntos
y a sus fosfóricas masas absorben
en fundacional e inmanente asunto,
que al aglomerarlas causa vacíos:
enormes cápsulas, desiertos fríos.

Zarcillo saturnino de ilusoria
figura que al desplazarse se astilla:
doble artilugio, centrífuga noria,
en cuya distante y porosa orilla
una incisión se distingue notoria;
variable que amenaza la sencilla
estructura de la singular base
y la suspende en anómala fase.

Justo donde el vértice se sitúa,
leonino y patriarcal domina el astro,
ágata encorvada como ganzúa,
inmóvil y generoso alabastro,
cuya mayor longitud se acentúa
al percibirse en su interior el rastro
de célebres luceros que sagaces
se condensan y refractan en haces.

Tienden a cualquier dirección posible
las eclécticas elipses de gemas
que atraviesan ámbitos de inasible
acción, sin presentárseles dilemas,
tanto a su Voluntad incomprensible
como a la inercia misma del sistema,
en cuyos periodos vacilan densos
estados, a la dispersión propensos.

Duración y dimensión, los homónimos
de la dialéctica del Universo;
objeto y efecto se mezclan, anónimos,
en semblante de hemisferios converso
que supera los conceptos antónimos
y combina en Uno frente y reverso:
causas y consecuencias sin disputa,
diluidas en comunión absoluta.

Cristal redondo de iris transparente,
soplo fundido en espacial reposo,
diáfana visión de cuenca silente
húmeda fricciona en lapso poroso;
ahúma proyecciones varias en lente
recóndito que forma luminoso
la pálida aglomeración que asoma,
tangencial, una evasiva redoma.

Una línea se propaga y dirige
el trayecto, pletórico de curvas,
de las estrellas que airosas exigen,
convertidas en espléndida turba,
una escuadra que sus estelas fije;
aleatoria condición que perturba
de los rayos su corona inaudita:
aureola vana que en huecos gravita.

Ciñe con sus dos puntas y almacena
en su radio cinético los trece
astrolabios de temporal arena,
en los cuales un sello permanece
y efímero calor les brinda apenas:
crisol sideral que abrasa y fenece
con la plural materia, de contorno
frágil, que lenta se diluye en torno.

Se acumulan y brillan plenos soles;
se rinde el equilibrio y queda nulo;
giran en espiral de caracoles,
de satélites provenientes cúmulos,
absorbidos astros, rojos faroles,
que en el cénit depositan carbúnculos;
de la catástrofe inmensos presagios,
fenómenos caóticos son: adagios.

Bloque de secreta pulsación cauta
donde se teme el choque furibundo
que misterios confesar en su pauta
hiciera del porvenir en segundos,
para sumergirse en la sombra, nauta,
a un nivel de reflexión más profundo,
donde pueda develar espejismos
y responder enigmas con mutismo.

Hálito del Demiurgo solitario,
candor etéreo, suave bocanada,
dentro de un globo conforma sumario
cósmico de índole pura y dorada
que arroja la materia al incensario
de gris e insondable luz maniatada,
que los séquitos con humo lacera
y arroja al sepulcral abismo, fuera.

Sólo brota del surtidor menudo
turbia fuente que, matriz sempiterna,
sus giros en un túnel como embudo
posiciona, donde lo real alterna
y a los sentidos desvanecer pudo
en imagen de sabiduría interna,
que al reflejo de afecciones desdora
y pule con liviandad incolora.

Del proceso de disolución cunde
una renovada y análoga sede
que el espíritu del sino difunde
en sucesión que distinto concede
el orden, donde súbito transfunde
su linfa lo divino y azul accede,
después de abolir al oscuro prisma,
a la Bóveda, volcada en sí misma.

Eventual, la concentración deriva
en la variable del presente Arcano,
cuyo vector eleva la expansiva
lámpara pródiga, lucero ufano,
que reúne en su núcleo sola misiva:
perpetuar su candor en cualquier plano;
de las dimensiones, cuatro hologramas
formar a partir de Dios: anagrama.

© 2015, Edgar Adrián Loredo Silvestre

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