domingo, 30 de agosto de 2015

XVIII. OFICIOS

i
Ascua viril de seráfica fuerza,
reposa el hollín en tu superficie;
depósito flagrante, dermis tersa,
ningún cansancio en ti puede que ejerza
coacción impura de crasa molicie.
Tórrida fragua tus brazos asestan,
brunos deberes que honor y sustancia
al orfebre y rudo trabajo prestan.
Rebosan metálicas sinfonías
con óxidos compases y sonidos:
maleables y herrumbrosas armonías.
En la cendra abollada de incipiente
calor a su tiempo el hierro fundir
deberá, con estruendos como norma;
formar en el crisol una reciente
amalgama que proporcione su horma
denodada al fuego, hasta consumir
ésta en carbónica gloria, y su encono
ceda al rielar obstinado que azuza
la chispeante cadencia de la musa,
investida en rayos de flavo tono.
Toma el herrero preciso buril;
dibuja con hábil pulso vetas
enfáticas y doradas que bruñen
ánforas de cobre, de haces repletas,
que imbuidas en aquel decrépito horno
vibrarán en bronces que les acuñen
un aplomo relampagueante en torno,
cuyo valor mineral siempre nombre,
exacto, el duro oficio de ser hombre.

ii
Tábanos fieros al lomo fustigan
en el manso simular del establo;
dicho corcel laceran y castigan,
y al indomable relincho lo instigan.
Se ha deshecho del dogal y en venablo
alarde al dolo y presidio renuncia:
bestia de ronco piafar y chispeante
herradura, al viento veloz anuncia
un cabalgar argento que tramonta
con intrépido brío las bajas ciénagas
y, ufano, el estero vasto remonta.
Bridón tempestuoso de gloria llana,
pura sangre conforma su denuedo;
la brida no detiene la potencia
estentórea que arriba a la solana,
equino trigueño cuya violencia
trisca del pastizal su ulular quedo.
Sortear los obstáculos del sendero
emprende audaz el jinete baquiano;
empaña su resuello al monte diáfano
y expande con tesón cualquier lindero
que su torva carrera disuadir
intente en vanos, cortos aparejos,
al enclenque deambular destinados,
de temor e incertidumbre perplejos.
Los estribos serán para evadir
el inminente riesgo y desatino,
y reclamar los triunfos postergados,
sin abandonar nunca su destino,
al cual arriban libres, trepidantes,
espuelas y cascos: dúos trashumantes.

iii
En corvos olivos un himno estampo,
de savia espesa y retumbar prolífico,
expresión sincera de verde lampo,
voz enraizada y rústica del campo
que lenta insufla su vigor mirífico
en el fértil terruño del labriego
de sufridos surcos, dispares zanjas,
donde el Sol aboca su rubio riego.
En su mano, sosteniendo la esteva,
aparta de la milpa los escollos;
campesino de clara estirpe lleva
en su percal futura lozanía
de granos pródigos, cuya abertura
brotar de su densa capa los tallos
del maíz hará, en rumor de serranía,
al caer y mutar en fibrosos sayos,
agentes de abundante cobertura.
Genial semilla, espera tu jornada
óptima brindar al apero mieses,
que los abrojos borre mientras creces.
Guirnalda tornasol, apaciguada
en el abrigo por la tierra dado,
con sigilo tubérculo te ciernas,
o tal vez cereal de cierta mesura;
invenciones todas de gracias tiernas
que surgen, síntesis de aquel arado,
del designio material que perdura
en ejemplos de siegas fecundantes
que recogen en su orgánico seno
el básico amor, rebosante y pleno.

© 2015, Edgar Adrián Loredo Silvestre

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