domingo, 30 de agosto de 2015

II

Lanza tardía,
arco demente por donde se fugan llamas gacelas,
enciende el ocaso cuyo dintel aguarda liebres oportunidades
y engulle victorioso del cazador la flecha.
Noria de rabia y hambre
que ritual improvisa en su brasa múltiple, suicida.
Excedidos amaneceres auspicia en su ánfora,
calcinantes ímpetus envueltos por súbitas chispas
que disuadir su tempestuoso credo disponen
en despojos inasibles, brasas de giros inesperados,
cuya vorágine cobija, sin piedad, las venas
como expiaciones balsámicas del bronce:
disimulo y crepitación de la mirra oriental.

Se conjuran antiguos rumores dentro del pabilo del sauce,
escarmiento espiral que savia balbucea y troncos devora,
ojeras bulliciosas, corteza hirviente, desuello;
su marabunta flameante estragos provoca en la vigilia adusta
del párpado frenético que delira tientos
y contagia de visiones al tuétano impío, sólido arrebato.
Del silbo, el polvo consume en astillas, ciervo suspendido;
el cordel las cenizas arquea y disemina su espuma lumínica.
Antorcha de vejez sacrílega, ritual; predador astuto
que en máscara envuelve sus rasgos, álgidos maderos
cuyo vapor fulmina y ofusca las sogas del roble.

Unge su resina trémula, fósil, en los brazos fornidos;
desborde fúlgido que reserva de la noche su féretro,
torrente amargo de rebelde estructura y desarrollo,
radical matriz escondida bajo la boca del tigre,
invisible en las copiosas llamas del fervor;
trueno, lánguido azote, revés del hacha, cuyo mango devora
un clamor reiterado en hojas roídas: tosquedad,
pérfida y elástica lámpara de perpetuo malabar;
equilibrio rojo, primitivo, rizado en una lúcida cresta,
cerviz gallarda de galvánica expresión que levita;
lengua atroz, hormigueo, cuantioso como espinas,
su robusta caricia por corrompidos cedros se dilata;
hoguera incansable, escindida del leño pagano,
en pétalos descarnados, carbón y materia efervescente;
de los inquietos márgenes de la zarza aprehendidos,
sus ráfagas agrupa la doctrina, la cede en torno
y deposita en la urna volátil su ardor perenne.

© 2015, Edgar Adrián Loredo Silvestre

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